¿Qué infraestructura necesitamos?
Los sistemas de infraestructura forman la columna vertebral de toda sociedad, proporcionando servicios esenciales que incluyen energía, agua, gestión de residuos, transporte y telecomunicaciones. Sin embargo, la infraestructura también puede crear impactos sociales y ambientales dañinos, aumentar vulnerabilidad a los desastres naturales y dejar una carga de deuda insostenible a los países. Las infraestructuras tradicionales de energía, transporte y recursos hídricos juntas son responsables del 60% de las emisiones globales de carbono (OECD, The World Bank & UN Environment, 2018). Las prácticas actuales de desarrollo y uso de infraestructura están acelerando la degradación ambiental, tanto a través de las emisiones de gases de efecto invernadero nombradas, como la contaminación del aire y el agua, la producción de desechos y la pérdida de biodiversidad. Por lo tanto, resulta importante transitar hacia infraestructura que tenga como eje central la regeneración del medio ambiente, sumado a las actuales prácticas de mitigación de las externalidades negativas y compensación a las comunidades afectadas.
En este contexto, Chile uno de los países del mundo que se está siendo más afectados por el cambio climático. De acuerdo con la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, 2011), nuestro país posee 7 de 9 criterios de vulnerabilidad. Entre ellos: áreas costeras de baja altura, zonas áridas y semiáridas, zonas de bosques, territorio susceptible a desastres naturales, áreas propensas a sequía y desertificación, zonas urbanas con contaminación atmosférica y ecosistemas montañosos. En términos concretos, se han identificado riesgos como la pérdida de biodiversidad, una reducción significativa de los recursos hídricos, aumento de enfermedades, pérdida de infraestructura, menor capacidad de generación eléctrica, desplazamiento de cultivos hacia la zona sur, mermas en el turismo y densificación de ciudades producto de la migración (MMA, 2016). Para el futuro se proyecta sequías y olas de calor se hagan más frecuentes e intensos, sumándose también el peligro de incendios forestales.
Si bien a nivel global nuestro país posee emisiones marginales de Gases de Efecto Invernadero (GEI) (0,25%, según Ministerio de Medio Ambiente, 2018), su incremento se ha mantenido sostenido en el tiempo. En este sentido, el promedio mundial de emisiones de CO2 por persona, para 2016, es de 4,4 tCO2 y según los cálculos, Chile sobrepasa por muy poco esa cifra, con 4,7 tCO2 por persona, y está muy por debajo del promedio de los países de la OCDE, que es de 9,2 tCO2 por persona (Gobierno de Chile, 2020). Sin embargo, de acuerdo con el Ministerio de Mediambiente (2020) representado en la Figura 2, las emisiones totales durante el año 2018 (sin considerar el sector Uso de la tierra, cambio de uso de la tierra y silvicultura (UTCUTS)) fueron de 112.313 kilotoneladas (kt) CO2 eq, con un aumento sostenido desde 1990.
Figura 2: Inventario de emisiones GEI: balance de GEI (kt CO2 eq) por sector, serie 1990-2018
Elaborada por Registros Regionales de Gases de Efecto Invernadero (GEI) del Ministerio de Medio Ambiente, 2021.
De acuerdo con la última Figura, las emisiones han tenido un incremento de un 128% desde 1990 y un 2% desde 2016 (Ministerio de Medio Ambiente, 2020). La tendencia del balance ha estado marcada por los sectores de Energía y UTCUTS, identificándose valores que escapan de la tendencia que son consecuencias, principalmente, de los incendios forestales. En este sentido, el principal Gas Efecto Invernadero (GEI) emitido en 2016 en el país fue el CO2 (78,7%), seguido del CH4 (12,5 %), N2O (6 %), y los gases fluorados (2,8 %) (Gobierno de Chile, 2020). Como país firmante del acuerdo de Paris (UN, 2016), a la década del 2030 las emisiones anuales de GEI deben reducirse a la mitad y alrededor del 2050 deben llegar a un valor neto igual a cero. Por lo tanto, nuestro país sigue al debe para posicionarse como un referente global en el área medio ambiental y lograr la carbono neutralidad.
La infraestructura Verde es la infraestructura que necesitamos en términos de política. Sin duda alguna, desde que el President?s Council on Sustainable Development (US) debatió el concepto en 1998, Reino Unido, Occidente de Europa y América del Norte han liderado el proceso de pensar e implementar esta idea como política. Ligada en un comienzo al urbanismo y paisajismo, este tipo de infraestructura puede ser rastreada al siglo XIX, donde se ha sugerido que los diseños de Frederick Law Olmsted (US) y Ebenezer Howard (UK) fueron fundamentales para el desarrollo del pensamiento de infraestructura verde (Davies et al., 2006). El trabajo de Olmsted en Nueva York y Boston todavía es discutido por muchos investigadores de infraestructura como ejemplos tempranos de IV (Little, 1990; Fábos, 2004; Williamson, 2003). Por el otro lado, en el Reino Unido, El trabajo de Howard sugirió que colocar espacios verdes en las proximidades de zonas residenciales mejoraría tanto la psicología y salud física de la población local (Howard, 1985).
La Infraestructura Verde puede ser definida cómo la red integrada de espacios que mantienen, protegen y restaurar la integridad ecosistémica: incluyendo espacios naturales, seminaturales y artificiales. Es decir, proveen los servicios ecosistémicos (o beneficios) que son esenciales para que los hábitats tanto humanos como no-humanos sigan funcionando. Por un lado, espacios verdes ciudadanos como parques, plazas, humedales urbanos y quebradas. Por otro lado: glaciares, cuencas, desembocaduras, cordilleras y bosque nativo. Así desde las ?áreas verdes? que son polígonos aislados y dispersos, se evoluciona hacia la ?infraestructura verde? que es una red integrada, que puede ser planificada de manera que entregue los servicios ecosistémicos necesarios (por ejemplo, control de inundaciones en zonas que por acumulación de aguas lluvia se anegan) (Reyes-Paecke, 2019).
De acuerdo con lo anterior, pensar la política de Infraestructura Verde solo como minimizar los impactos relacionados al desarrollo de infraestructura es un enfoque limitado. Esta ofrece una forma de armonizar los costos ambientales de las actividades humanas (Dapolito & Stoner, 2007) y una de las dimensiones centrales en este tipo de infraestructura es la multifuncionalidad. La cual puede estar orientada hacia la regeneración de la biodiversidad, la gestión de llanuras aluviales, la regulación de la temperatura local y la provisión de espacios verdes públicos (Wang & Banzhaf, 2018). En este sentido, el objetivo es conservar o reestablecer los servicios ecosistémicos de un área determinada, los cuales tienen una variedad de beneficios abióticos, bióticos y culturales.
Como señala el Cuadro (Mell, 2008) 1 la Infraestructura Verde promueve las ideas de accesibilidad, concepto, conectividad espacial, integración, escala, beneficios y multifuncionalidad. La promoción de la conectividad del paisaje es uno de los principios básicos que sustentan el pensamiento de la ecología del paisaje. La función de conectar diferentes características del paisaje independientemente del tamaño, la composición o la forma a través de matrices conectivas proporciona a la ecología del paisaje un sistema que promueve la diversidad, el acceso y la movilidad a través de los límites del paisaje (Fanina, 1998; Jongman et al., 2004; Jongman & Pungetti, 2004). Los problemas de escala del paisaje, multifuncionalidad y las complejas interacciones de los actores sociales, económicos y ecológicos se han desarrollado en Estudios de Geografía y Desarrollo, también están integrados en el concepto de infraestructura verde (Valentine, 2001; Sibley, 1995; Peet & Watts, 1996). Temas más contemporáneos, incluido el papel del desarrollo sostenible y la subsiguiente sostenibilidad del paisaje a largo plazo, también subyacen en el concepto de infraestructura verde y se pueden encontrar en la literatura sobre planificación y geografía (Cullingworth & Nadin, 2006; RTPI, 2005; ODPM, 2005).
Cuadro 1: Elementos de Infraestructura Verde según Mel (2008)
En este contexto, Santiago de Chile tiene mucho potencial para el desarrollo de Infraestructura Verde. Por ejemplo, desarrollar un corredor verde en el río Mapocho y otros cursos de agua podría ser un paso importante en la consolidación de una red IV (Vásquez et al., 2016). Por otro lado, el rol del agua y de los sistemas de drenaje urbanos sustentables pueden ser una alternativa a la resiliencia de la ciudad con respecto a las aguas lluvias. Por otro lado, desarrollar nuevos edificios y espacios públicos que se apropien de las características de la IV. En este sentido, es posible integrar el concepto de Infraestructura Verde al diseño, construcción, operación y mantenimiento de infraestructura. La IV ha ampliado sus prestaciones y podemos asociarla con proyectos de bajas emisiones de carbono, al desarrollo de energías renovables, el ahorro energético y al consumo eficiente de recursos hídricos siempre y cuando tengan un rol regenerativo con el medio ambiente, tengan características de multifuncionalidad y presten servicios ecosistémicos.